viernes, 6 de noviembre de 2009

Tips & Tricks Parte 2

A continuación la segunda parte del Tips & Tricks de Pangea 1/2

A oscuras.


Ahí dentro no se veía nada. Nada salvo un intermitente fogón de gas. No podía moverme por aquella cocina en esas condiciones. Entonces decidí sacrificar mi ejemplar de coleccionista de mi revista educativa favorita. La quemé y utilicé de antorcha, y gracias a ella pude ver algo más de aquella apestosa cocina.


Las taquillas.

Encontré un afilado cuchillo dentro de una olla, y algunos tomates frescos. El resto era literalmente basura. Antorcha en mano, me dirigí a una puerta oscura, donde se encontraban las taquillas. ¡Eran todas iguales! Tras recrearme con la cantidad de pegatinas que había pegadas, recordé un comentario de Stuart sobre la afición de Paula a la música de Bob Marley. Serré la cerradura de la taquilla con el cuchillo, que se partió en el mismo instante en que ésta se abría. Dentro no había nada, excepto una tarjeta del motel de la zona Norte. Parecía que Paula tenía allí su centro de operaciones.


El Motel: Negociando con un idiota.

Me dirigí al Motel raudo y veloz. Era un tanto deprimente el aspecto que tenía por fuera, pero por dentro la cosa tampoco mejoraba. Allí trabajaba un enclenque y repelente recepcionista. Estuve conversando un rato con él, y me dijo que alguien había estado preguntando también por Paula hacía un momento.

El muy imbécil no quería decirme cual era el número de su habitación, y tampoco me dejaba pasar. Frustrado, salí a la calle y le dí un empujón a la máquina de refrescos que allí había. Hizo un sonido de esos que gustan oír: monedas. Empecé a darle empujones, y al cabo de un rato empezaron a caer monedas. Las recogí y las conté: cien dobols. No me lo pensé y se las dí al recepcionista. ¿No quería un soborno? ¡Toma soborno!


El apartamento de Paula.

Tras darme el número de la habitación de Paula como habíamos acordado, corrí por el pasillo hasta llegar a la puerta. Unos sonidos extraños procedían de su interior. Cuando reuní el valor suficiente para entrar, quien quisiera que hubiera dentro ya no estaba. La habitación estaba hecha un asco. No sabía si porque quien estaba antes que yo lo había revuelto todo, o porque Paula era un poco dejada. Entre el montón de cosas, leí un post-it en el cual Paula se autorecordaba sacar un libro de la biblioteca de la Universidad de Gilbert: “El paraíso de PANGEA”, del Dr. Henry Shappleton. También encontré su carnet de la biblioteca. Mentiría si no dijese que husmeé en su ropa interior.


Charlie, el camello.

Camino de la Universidad, decidí pasar por el parque. Sabía que allí encontraría a mi antiguo amigo Charlie. El muy cabrón había dejado preñada a mi hermana con 18 años, y pasó de ella y del niño y de todo. ¡Imaginad como se puso mi padre, que encima es militar! Charlie es un impresentable, y además camello. Me contó que estaba traficando con fármacos para animales, y que actuaban como afrodisíaco, rollo viagra. Charlie me ofreció una dosis a cambio de mi “material extra-especial” proveniente de Jamaica. Pero vamos, no tenía ni la más mínima intención de cambiar mi tesoro por una pastilla para caballos.


La Universidad

Llegué a la Universidad. El extenso campus se extendía en una verde pradera, y el edificio principal se erigía majestuosamente en el centro de la estrellada noche. Que bonito, pero era la Universidad de Gilbert, no me traía buenos recuerdos. Me bajé por el camino hasta la biblioteca, al fondo del campus. La señora de la limpieza no era muy agradable, y encima no tenía demasiada información sobre Paula. Me acerqué al mostrador, y tras esperar a que un estudiante (que me resultaba familiar) cortejara a la bibliotecaria y le dejara un carnet encima del mostrador para recoger un libro, pude hablar con ella.

Le mentí y le dije que era hermano de Paula, y que tenía que recoger un libro para ella. Me pidió el carnet, que había recogido del apartamento de Paula, y se lo dí. Me dijo que el libro que buscaba, “El paraíso de PANGEA”, había sido robado y ya no estaba en la biblioteca, pero que Henry Shappleton, el profesor de Paula y autor del libro, podría tener una copia. Se me cayó el mundo a los pies cuando descubrí quien era el maldito Shappleton. ¡El mismo viejo al que robé la espada!

Estaba seguro de que ese libro era importante, pero también lo estaba de que Shappleton no querría colaborar. Aún así me acerqué a su casa. Volví a descolgarme por la fachada, y pude ver desde mi privilegiada posición al viejo sentado en el sofá. Estaba muy enfadado, y refunfuñaba algo sobre el club Blackhole y echarse un trago de ginebra. Decidí subir de nuevo por el cable y pensar la forma de sacar al viejo de casa. Fui al Blackhole, pero no me dejaron entrar. ¡Necesitaba un carnet! ¡Maldición, soy mayor de edad, aunque mi estatura sea de un chaval de primaria! Estaba indignado, pero iba a falsificar un carnet para entrar en ese antro costase lo que costase.


Consiguiendo un carnet.

Le dí el carnet de Paula al gorila, por si colaba. Rápidamente se percató de que lo del carnet era una chica bastante guapa, y lo que tenía enfrente era un enano que dejaba mucho que desear. Tras sus amenazas, me volví a la Universidad, ya que me acordé del carnet de Bernard. Ese sería mi objetivo ahora. Pero cada vez que intentaba cogerlo, la bibliotecaria me lo impedía. Le pedí que me trajera un libro, el que ella quisiera, y logré que se levantara de la silla y fuese dentro de la sala de lectura. Aproveché el momento para intentar robar el carnet, pero me pilló con las manos en la masa. ¡Que vergüenza! Cuando iba a salir, me fijé en la señora de la limpieza. Empecé a hablar con ella, y tras comprobar su mala leche, empecé a tirarle los trastos, para ver hasta donde llegaba. La señora se “puso” bastante con la tontería, y me dijo que si le traía unas flores rojas me iba a hacer flipar en colores. Quise saber hasta donde llegaría esa situación, y busqué unas flores rojas. Las encontré en el parque, detrás del banco donde Charlie seguía con lo suyo. La señora se puso como una moto con las flores, y me invitó a su casa. Bueno, casi me obligó a ir, aunque tuve suerte y conseguí salir airoso de la situación. La señora se puso tan nerviosa que se marchó, dejando su carrito allí en medio. Tras examinarlo, recogí el guante de látex y también la fregona.

Entonces se me ocurrió la genial idea. Volví a insistirle a la bibliotecaria en que me eligiera un libro. Ésta, como las otras veces, se levantó y se fue a la sala de lectura. Rápidamente le cerré la puerta y atravesé la fregona. Esto bloqueó la puerta, dejando a la chica atrapada dentro de la sala de lectura, junto a cientos de sudorosos estudiantes en época de exámenes. Ya tenía vía libre para coger el maldito carnet de Bernard, aunque por sí solo no servía de mucho.


Curso de falsificación de carnets.

Entré en un pequeño despacho, cerca del mostrador, y allí encontré un ordenador con webcam. Había también post-its y recortes clavados con chinchetas. Cogí una. A continuación me hice una foto con la Webcam. La imprimí en un papel que encontré allí encima. Para pegarla, utilicé un moco fresco, de gran calidad y espesor, escondido bajo la mesa. Como era un poco asqueroso cogerlo a pelo, usé el guante de látex de la señora para tal fin. Con el moco, la foto y el carnet obtuve una excelente falsificación, la cual me abriría las puertas del Blackhole.

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